viernes, 23 de marzo de 2012

Tokio Blues

-[...] Así que pensé lo siguiente: "Conoceré a alguien que me quiera con toda su alma los trescientos sesenta y cinco días del año". Estaba en quinto o sexto curso de primaria cuando lo decidí.

-¡Qué fuerte! -exclamé admirado-. ¿Y lo has conseguido?

-No es tan fácil como creía -reconoció Midori. Reflexionó un momento contemplando el humo-. Quizá sea por haber esperado tanto tiempo, pero ahora busco la perfección. Por eso es tan difícil. 

-¿Un amor perfecto?

-¡No, hombre! No pido tanto. Lo que quiero es simple egoísmo. Un egoísmo perfecto. Por ejemplo: te digo que quiero un pastel de fresa, y entonces tú lo dejas todo y vas a comprármelo. Vuelves jadeando y me lo ofreces. "Toma, Midori. Tu pastel de fresa", me dices. Y te suelto: "¡Ya se me han quitado las ganas de comérmelo!". Y lo arrojo por la ventana. Eso es lo que yo quiero.

-No creo que eso sea el amor -le dije con semblante atónito. 

-Sí tiene que ver. Pero tú no lo sabes -replicó Midori-. Para las chicas, a  veces esto tiene una gran importancia.

-¿Arrojar pasteles de fresa por la ventana?

-Sí. Y yo quiero que mi novio me diga lo siguiente: "Ha sido culpa mía. Tendría que haber supuesto que se te quitarían las ganas de comer pastel de fresa. Soy un estúpido, un insensible. Iré a comprarte otra cosa para que me perdones. ¿Qué te apetece? ¿Mousse de chocolate? ¿Tarta de queso?".

-¿Y qué sucedería a continuación? 

-Pues que yo a una persona que hiciera esto por mí la querría mucho.

-A mí me parece un desatino. 

-Yo creo que el amor es eso. Pero nadie me comprende. -Midori sacudió la cabeza sobre mi hombro-. Para un cierto tipo de personas el amor surge con un pequeño detalle. Y, si no, no surge. 

-Eres la primera chica que conozco que piensa así. 
[...]















G.

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